martes, 17 de junio de 2008

El Fantasma De Las Activivades.


Es una ciudad pequeña, aún así las actividades sociales no dejan de ser. Van desde conciertos con bachateros y merengueros típicos, concurridos por algunos, hasta conciertos de jazz y obras teatrales, frecuentados por otros. .

Me gusta visitar lugares tranquilos y relajantes, que me desprendan de la rutina y me hagan estar en compañía de alguien, o quizás no. Conciertos de música serena, a veces para entretenerme y a veces para conciliar el sueño, tarea difícil en mi casa.

De un tiempo a esta parte, dar una vuelta por esos lugares se ha convertido para mí en una costumbre. Me gusta observar a la gente, las diferentes maneras de comportarse, las distintas personalidades, las mañas, los gestos etc.

Una mujer rolliza pasa frente a mi y de su espalda resalta una faja de color azul que evita que su abdomen se rija por leyes de la gravedad . Un hombre se rasca los genitales sin la más mínima discreción y en su rostro se aprecian los placeres de la vida. Una mujer alardea sobre el éxito de su matrimonio delante de sus amigas. Cinco minutos después voy al baño y el mismo hombre que parecía ser esposo de la dama sostiene relaciones con otro hombre. Salgo de allí boquiabierto.


Seria difícil coincidir con la misma persona en cada uno de los lugares que frecuento. Me cuestioné un día, miré a mí alrededor y un rostro me parecía conocido, destacado, recordado. Era blanco como la nieve, sus ojos parecían derretirse, su cara estaba arrugada, su cabello era canoso y su mirada fija y sin la más mínima muestra de guiños o gestos que dictaran su impresión ante las cosas .

No estaba seguro de haber coincidido antes con aquel individuo y decidí comprobarlo en el concierto de jazz de Yvan Robilliard, músico francés de sólida formación clásica, el próximo viernes por la noche.

Cuando llegué al concierto de jazz, mucha gente esperaba la hora de la entrada para ocupar las mejores butacas. De lejos, pude ver aquel hombre. Era alto en gran manera, de modo que era imposible que pasara inadvertido. La gente conversaba agitadamente sobre la fama y la peculiaridad del músico francés que visitaba nuestra ciudad.

Entonces llegó la hora. Todos nos abalanzamos hacia la sala con una rapidez perfectamente disimulada. El también se colaba entre la gente con la ayuda de su bastón. En aquel momento, al entrar a la sala, mi prioridad era, más que nada, obtener un asiento. Busqué por todos lados y descubrí que las sillas de en frente estaban aun vacías. Entonces me sorprendí a lo lejos cuando vi que aquel hombre al que había estado observando, no mostró interés en los lugares que la gente frecuenta ocupar. Estaba sentado en la primera fila, como si quisiera que la música que saldría del piano aquella noche, llegara primero a sus oídos que a los de nadie más, como si fuera un honor obtener los primeros asomos del sonido para si mismo. Su rostro, por fin reflejaba un gesto, el mismo gesto que manifiestan los niños al estrenar un juguete. El fantasma de las actividades, como yo lo llamé, quería estrenar la música que aquella noche la vida le obsequiaba.

En seguida dejé de buscar y decidí sentarme justo al lado de aquel personaje tan singular. Me senté y en sucesión , con una mano grande y blanca el señor me saludo amablemente sin que el lugar en el que estábamos opacara la cordialidad y la buena educación. Mientras mirábamos al frente, con una voz ligera me susurró su nombre y me pregunto el mío, como si saber el nombre de su copiloto en el viaje que haríamos por los placeres de la música significara un menester esencial para él .

Se llamaba Teofilo Arango. Yo, claro, le dije mi nombre (Pancracio) y el siguió oyendo con el alma entusiasmada, pues los gestos de su cara ya habían desaparecido.

Para mi la noche se limitó a observar discretamente la actitud del señor Teofilo con la música del pianista francés solo de fondo. Cuando acababa una pieza y antes de comenzar otra la multitud aplaudía estremecida, menos Teofilo. Era como si la música cavara un hueco tan profundo en su alma que no había tiempo para detenerse a vitorear a nadie más que a la misma música que todavía moraba en su corazón.

----“Rema, Rema, Rema…”---Decía Teofilo entre los dientes.
--- “Rema, rema, rema”--- Repetía .Envuelto en un trance que se apoderaba de sus adentros, mientras el pianista tocaba un adagio entristecedor .

En seguida surgió en mí curiosidad sobre lo que susurraba aquel hombre con tanta pasión. Pero de repente, Teofilo se espantó y salió corriendo, subiendo trabajosamente la cuesta que tenia el teatro hasta la puerta.

Me paré y lo seguí cautelosamente sin que se diera cuenta. Al salir de la sala, lo busque por todas partes. Estaba sentado en un extremo de las escaleras que llevan hasta los camerinos.

“ Rema ,rema,rema”--- seguia repitiendo

Me asomé demasiado al hombre al querer escuchar lo que susurraba y no pude evitar que se percatara de mi presencia junto él. Giró la cabeza cesando todo murmullo y me llamo a sentarme a su lado.

“Es necesario que rememos, tenemos que remar, tenemos que remar, que remar...”---dijo, como si de lo que estaba pasando por su cabeza solo pudieran salir pequeños trazos del mundo en el que vivía .

A pesar del furor y la pena con la que el hombre proclamaba estas palabras , no pude evitar preguntarle curiosamente de qué se trataba lo que estaba diciendo . Me contó lo que estaba sucediendo en su mente. Me dijo que la música traía consigo la porción que despertaba el alma, que hacia que en el interior del que la escuchaba con detenida atención se sintieran las verdaderas necesidades de la vida . Vivo en Tristeza y a veces en alegría, me contó. Me acompañan siempre, pero no me doy cuenta. Las llevo ocultas dentro de mi desde el momento en el que perdí la ilusión de vivir, dijo , es por eso que siempre me impongo dura tarea , busco la manera de encontrar alguna forma de enterarme de mi pena o de mi gozo y así poder volver a sentir .

Entendí que el Señor Teofilo había perdido la sensibilidad más que nadie y que tal vez por eso frecuentaba, también más que nadie, lugares como estos. De igual manera, llegó a mi cabeza que yo podría estar en la misma situación y que los caminos que la misma vida traza, me habían inducido a buscar la manera encontrarme de nuevo .

Acompañé al señor Teofilo hasta la parada de autobuses. Encontró lo que vino a buscar. Ahora podía sentir.